domingo, 19 de septiembre de 2010


EL BESO DE SAL (cuento legionario para un 20 de Septiembre)

Templó la mirada tratando de que ninguna lágrima rodara por su cara, se volvió hacia la chica que le acompañaba y besándole los labios le susurro, “Volveré”.

Subió al barco que le alejaría de la civilización y lo bajaría a los infiernos. Atrás quedaba todo lo que había sido hasta la fecha, sabiendo, que se adentraba en un nuevo mundo, un mundo que necesitaba de conquistadores.
Su piel, curtida por el sol y por caricias de ángeles con forma de Venus, sentía los escalofríos propios del avance hacia lo desconocido, el cual se veía materializado en el trozo de tierra que veía aproximarse más hacia él.

Los inicios fueron duros, tuvo que cambiar muchas cosas de su forma de ser y pensar; aunque no estaba de acuerdo con algunas de ellas, se resigno y obedeció, pero poco a poco las cosas fueron cambiando, comenzó a sentirse un poco dueño de aquel lugar que ya no veía como el infierno del que le habían hablado tan mal.
Fue pasando el tiempo y como dice ese dicho: “Se precisa de un año para Conocerla, un segundo año para Entenderla y un tercero para Quererla”. Y eso fue lo que sucedió, dejó de querer todas las cosas que el Mundo le ofrecía para entregar su amor al Cuerpo en el que se hallaba inmerso y por el cual luchó día a día, tanto en la paz como en la guerra y que con el esfuerzo y la pasión de muchos otros como él llevaron a la Gloria.

Mientras tanto, la bella mujer seguía paseando por el puerto en busca de unos labios lejanos con sabor a sal.

Un día, tendido en el suelo, vigilante, atento, mientras aguardaba el momento para volver a entrar en acción, su mente le ofreció multitud de imágenes con sus compañeros, su Bandera, su infancia,…, sus pensamientos se detuvieron al recordar algo que le hizo mirar hacia atrás sin conseguir ver nada, recordó un beso, con sabor a sal, y una promesa. En esos momentos se oyeron los primeros disparos y la orden de avanzar, la mirada puesta en la bandera que había en el lugar de donde provenían los disparos.

No recuerda como acabó todo, pero sus manos entregaron a su superior esa bandera de tonos amarillos y manchada del rojo de la sangre.

Años después, sentado en su sillón de mando, al que había llegado dándole Glorias a su único amor, y mientras escribía las leyendas de los héroes, volvió a recordar el sabor salino de aquel beso y la promesa. Decidió ir a buscarlos, pero sus años le hacían mella y no recordaba el lugar, así que decidió guiarse por su paladar; recorrió muchos puertos y en todos ellos probó distintos labios, aunque sin suerte, pues ninguno tenía aquel sabor que recordaba.

Su viaje le llevó hasta un puerto donde su corazón latió con una intensidad mayor de lo habitual. Miró a su alrededor y vio la estatua de una mujer con la mirada perdida en el infinito mar; era toda blanca y resplandecía con los rayos del Sol. Se acercó a ella y la tocó, sus dedos temblaron, vaciló un poco, pero al final acercó su cara y beso sus labios, eran de sal. Se retiró poco a poco y en ese momento la estatua cayo al suelo deshaciéndose en cientos de minúsculas partes brillantes que el viento arrastró hasta el mar.

A los pies de donde estaba la estatua había una placa de chapa barata que ponía: “Legionario, te esperaré”.

Abril de 1995 - Caballero Legionario Manuel García Melgar

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